A los que hemos trabajado
en editoriales, en corrección tipográfica, ortográfica, o de estilo, no nos deja
indiferentes el hecho de ver tantos y tantos errores en los escritos que se
presentan al público.
Editoriales que se
preocupan por la excelencia en la presentación de sus libros hay muchas, por
suerte; pero cada día observo más ediciones de libros (incluso en los de texto
en el colegio), que, o bien no tienen correctores de alto nivel, y confían a
ciegas en el corrector del procesador de textos, o bien dejan al autor del
libro no solo el coste de la publicación, sino también la tarea de auto-corrección ortográfica.
Claro, sería fácil
presentar textos o obras extensas, si no tuviéramos el inconveniente de la
sutileza de la intención de las palabras. Una misma palabra, dependiendo del
significado, puede ir o no acentuada; y eso no lo distingue una herramienta de
un procesador de textos, por muy avanzado que sea.
Cuando ejerzo de maestra,
suelo tener una máxima que repito curso tras curso a mis alumnos: “A leer se
aprende leyendo, y también se aprende a escribir de la misma forma, leyendo
mucho”. Pero últimamente cada vez son menos veces las que repito esta frase a los
niños. Incluso ellos mismos, de vez en cuando, me vienen y me señalan alguna errata en los libros que utilizan. Algunas son pequeños fallos tipográficos, pero
otros son separaciones de sílabas que el procesador de textos al uso se inventa
para que quede bien justificado el cuadro de texto, por ejemplo.
A todo esto, cabe
preguntarse, ¿es importante la corrección ortográfica? Evidentemente, como
maestros, debemos darle importancia; bastante peligro tuvieron en su momento los
“sms” y ahora los “whatsapp”. Seguramente
si nuestros alumnos no van a licenciarse en “Filología”, quizá no tenga mucha,
mucha importancia. Pero considero que no se debe degradar el idioma, sea el que
sea, de tal forma.
Reconozco que yo misma
hago menos faltas de ortografía cuando escribo en castellano que en catalán
(tuve la desgracia de no empezar a estudiar catalán hasta entrar en la Universidad ); pero me
esfuerzo por intentar hacerlo bien en cualquier idioma.
De lo que me quejo no es
de las faltas de ortografía que podamos hacer los “escritores” de a pie, puesto
que somos humanos y cometemos fallos. Muchas veces, incluso, un libro sale de
una cantidad de artículos publicados en un blog, a los que se les da un hilo
conductor (o no), y que hace "¿gracia?" ver impreso, y con el nombre de uno en la portada. ¿Por qué no? Tampoco,
seguramente, es nuestra obligación hacerlo con total corrección. Quienes
tienen la obligación moral por hacerlo bien son las editoriales. Para eso
cobran, y todas (de más o menos renombre), se quedan con una parte de los
beneficios que generará el libro. Y cada vez más a menudo caen en mis manos
libros que te impactan por la cantidad de errores ortográficos y gramaticales
que contienen. Si las nuevas tecnologías están relegando el libro a un último
plano, las editoriales no ayudan mucho, que digamos, a que continúe en carrera.
Y es una lástima.
En fin, supongo que ya me
he quedado un poco más descansada. No pongo ejemplos, aunque haberlos, "haylos" (o los hay). A más de un lector, seguro, de vez en cuando se le enciende en su
mente el “?”: "¿Esto se escribe así?" Y la respuesta es: “No,
no se escribe así”.
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