Ya que nos encontramos todavía a principios de año, justo
es que hagamos nuestras listas de deseos y promesas para este año que empieza.
Esta vez no se trata de la de siempre: dejar de fumar
(hace muuuuchos años que lo conseguí sin lista); ir al gimnasio al menos una
vez por semana (no tengo tiempo, ni ganas -soy coherente-, con comprometerme a
andar un poco ya estoy más que contenta); perder esos quilos que me sobran (y
realmente me sobran, pero no es algo que me obsesione, con encontrarme bien
tengo bastante). En fin, la lista de siempre y que nunca conseguimos.
No, se trata de una casi tan difícil de realizar: ser
creadora de mi propia realidad (de la realidad que yo quiero).
Esto, que ya lo somos todos, cabe matizarlo. Todos somos
creadores de nuestra realidad. Sí, pero ¿quién lo es de manera consciente? ¿Quién
lo es de forma coherente? ¿Quién realmente consigue aquello que desea? ¡Vamos a
desterrar nuestras creencias limitantes y a dejar nuestra zona de confort para
hacer de nuestra vida la vida que hemos querido siempre!
Los límites los ponemos nosotros mismos. Muchas veces
caemos en la tentación de lamentarnos por lo que nos ha tocado vivir, cuando en
realidad tenemos que estar agradecidos por el camino que se nos ha abierto para
nuestro propio aprendizaje.
Cuando nos encontramos con una traba, tenemos que
preguntarnos: “¿qué tenemos que aprender de ti?, ¿qué me quieres enseñar?” Lo
mismo cuando nos cruzamos con personas con las que no somos afines: “¿qué
vienes a enseñarme de mí mismo que tengo que cambiar? Gracias, gracias y mil
gracias por estar aquí”.
Por otro lado, hay que apartar el Miedo. Este es el que
nos impide avanzar. Miedo a tirarnos a la piscina, miedo a decir no. Este es el
peor enemigo que tenemos.
El miedo, nuestra zona de confort y nuestras creencias
limitadoras son nuestra enfermedad. El no ser coherentes con nosotros mismos nos
enferma.
Una gota de agua en armonía |
Las enfermedades no vienen porque sí. Vienen para
demostrarnos que hay un conflicto en nuestro interior. Algo que no se ha
resuelto de forma satisfactoria (aunque no seamos conscientes de ello) nos
alerta de que no hemos sido coherentes con nosotros mismos. Hemos reprimido el
deseo de algo, normalmente poniéndonos mil excusas pensando que el lógico es el
camino tomado, y ese deseo ha ido a parar, en forma de emoción reprimida a una
parte de nuestro cuerpo y se vuelve tóxica y nos viene a alertar de que algo no
ha ido bien.
Lo primero que pensamos cuando enfermamos es que alguna
parte del cuerpo no ha funcionado correctamente. Y es cierto, pero el cuerpo no
está disociado de nosotros, el cuerpo no actúa si nosotros no le damos
estímulos. “Mente sana in corpore sano”. No es del todo cierto: “Corpore sano in mente sana”... En mente, en emociones, en el consciente, en el subconsciente, en el
inconsciente… El cuerpo y nosotros somos uno. Normalmente no solemos pararnos a
pensar qué nos enferma, no nos hacemos conscientes de eso, y si lo intentamos, posiblemente
nos cuesta averiguar cuál fue el detonante de nuestra enfermedad, pues a veces
ha sido un cúmulo de circunstancias y nuestra personalidad ha ayudado a
reprimir esas circunstancias creyendo que actuábamos para bien.
Así pues, lo mismo que cuando encontramos un tropiezo en
el camino debemos preguntarnos qué es lo que tenemos que aprender, también en
la enfermedad hay que preguntarse qué es lo que viene a enseñarnos, sobre todo,
qué es lo que estamos haciendo o qué decisión hemos tomado que no ha estado de
acuerdo con nuestros deseos y emociones. Ya lo dice el refrán: “de buenas
personas están los cementerios llenos”. Y no es que haya que ser mala persona,
simplemente hay que ser coherentes: decir sí cuando es “sí” y decir no cuando
es “no”.
Un buen ejercicio para cada día, cuando tenemos un ratito
para estar con nosotros mismos, si puede ser antes de dormir, es recordar cómo
ha sido nuestro día, y recordar cuántas cosas hemos hecho que nos han hecho
sentir bien; cuáles de ellas nos hacen sonreír al recordarlas, y cuáles de ellas nos clavan en algún lugar de nuestro
cuerpo una agujita que nos viene a señalar que hay una emoción reprimida. Y
ahí hay que perdonarnos, entender que ese pinchazo está ahí para enseñarnos
algo, que nos sirva en nuestro aprendizaje y perdonarnos, perdonarnos siempre
por no haber sabido hacerlo mejor, pues estamos en el camino de mejorar.
Feliz año.