Observar las fotografías
tomadas desde las naves espaciales en sus viajes hacia otros planetas del
Sistema Solar nos revela la magnificencia de este planeta: sus tonos azules,
sus pinceladas blancas y algunos toques verdes o marrones, nos dejan con la
boca abierta admirando la belleza del planeta que habitamos.
Gaia es el nombre que le
dieron los antiguos a nuestra Madre Tierra, nuestro planeta, el planeta que nos
acoge y el que nos deja nacer, crecer, amar, evolucionar… vivir en definitiva.
Las culturas precolombinas le dan el nombre de Pachamama. Tanto los primeros
como los segundos le otorgan al planeta identidad de ser vivo en sí mismo. Incluso
le atribuyen conciencia.
Que es un ser vivo,
parece innegable. La materia, en definitiva, no es más que energía que se
concentra con una estructura u otra y que es lo que da forma, finalmente, a
toda materia orgánica e inorgánica del planeta. Los cuarzos, sin ir más lejos,
incluso considerados inorgánicos, emiten vibraciones, transmiten energía. El ya
famoso experimento de Masaru Emoto nos da qué pensar incluso en lo que se
refiere a las emociones de la materia (la estructura del agua reacciona tanto a
las frases positivas como negativas y también a los contaminantes). Así, pues,
el planeta puede tener conciencia e incluso tener emociones o quien sabe si no
inteligencia.
De momento, y a pesar de
todo lo que el hombre ha hecho por destruir el planeta (con su inconsciencia,
por supuesto), Gaia todavía nos posibilita habitarlo. Se queja, sí, con
terremotos, tsunamis…, pero todavía nos proporciona oxígeno e hidrógeno. Pero,
¿llegaría el día que diga “basta”?
Muy posiblemente, ese día
llegará si no detenemos las barbaridades que se hacen en nombre del “estado del
bienestar” y de la globalización. ¿Estado del bienestar? ¿de quién?
¿Globalización? o ¿segregación? Con todos estos conceptos, de entrada me vienen
a la mente las imágenes de niños subsaharianos muriendo de hambre a cada
instante. Estado del bienestar para unos pocos, desde luego. Pero este es otro
tema, que nos aparta del que he empezado.
No podemos ya mirar hacia
otro lado y excusarnos con la idea de que nosotros no hemos sido los causantes
de los desastres que se han llevado a cabo en el planeta en nombre de “sociedad
desarrollada”. Para beneficio de unos pocos nos enferman con gases y químicos
contaminantes (léase chemtrails,
vacunas que nos salvan de pequeñas enfermedades y nos exponen a otras muy
graves…) Todos somos causa-efecto de ese mal, causado sobre todo por mentes
codiciosas que únicamente buscan poder, lujo y satisfacción propia). ¿Y qué
podemos hacer, nosotros, pequeños seres indefensos, marionetas que bailan al
son de los poderosos? Algo podemos hacer. Y Gaia y su conciencia nos ayuda. Nos
está reclamando una vuelta a los orígenes, a tocar con los pies en la tierra.
Creo que nos está diciendo que o paramos nosotros o nos parará ella.
Los seres de a pie
podemos empezar con vigilar, por ejemplo, tanto los tóxicos para nuestro cuerpo
como los tóxicos contaminantes para la Tierra (con mayúsculas, sí). Si mejoramos nuestra
calidad de vida, mejoraremos seguro la del planeta, pues no generaremos tantos
residuos contaminantes, que irán a parar al subsuelo o a la atmósfera. Controlemos
los alimentos que comemos y que nos ayudan a enfermar. También los químicos que
introducimos en nuestro cuerpo, ya sea por ingestión, inhalación o simplemente depositándolos
sobre nuestra piel (el mayor de todos los órganos del cuerpo). Volvamos a la
limpieza con algo tan natural como el agua y el jabón, el vinagre, el limón… Con
algo tan sencillo como empezar por nosotros mismos (aunque pueda parecer egoísta
no lo es), seguro que contribuiremos a mejorar la vida del planeta. Información
para mejorar nuestra calidad de vida con las cosas más naturales, e incluso
casi ancestrales, la hay por toda la red (cuidado, también hay que vigilar los
artículos de “desinformación” que circulan a la vez que los verdaderamente
informativos…) Ciertamente, los seres de a pie poco podemos hacer, pero este
poco, si lo vamos sumando, será un mucho para el futuro de nuestro planeta. Nos va la vida
en ello, y la de nuestros hijos. Creo que son razones importantes para tomarlo
en consideración.